8 de agosto de 2010

Detallado relato sobre estancias de la Patagonia El último libro de Yuyú Guzmán ofrece una reseña de la historia de muchos establecimientos rurales de


Detallado relato sobre estancias de la Patagonia

Estancia Alta Vista: ayer casa patronal, hoy hostería rural

Foto: GENTILEZA EDITORIAL CLARIDAD

Un grupo de colonos que en 1779 desembarcó en las costas de la Península Valdés formó, con algunos animales que llegaron en 1883, la primera, y precaria Estancia del Rey arrasada pocos años después, pero que dejó vacunos y caballos en la región, motivo de posteriores incursiones y del merodeo de los tehuelches.

En esas desoladas costas, sin agua potable ni leña, sentaron un precedente: la estancia como génesis poblacional. "Deje de lado preconceptos, cuando quiera conocer las estancias del sur. No le diga nada a la Patagonia: deje que ella, de algún modo, le hable", advierte Yuyú Guzmán en Viejas estancias de la Patagonia, obra recientemente editada por Claridad.

Fueron extranjeros, en su mayoría, los primeros que escucharon. En 1865 desembarcaron los galeses en la desembocadura del río Chubut. Los bóers llegaron desde Ciudad del Cabo en l903, al sur de la costa chubutense.

Otras dimensiones tuvieron las estancias fundadas por empresas británicas a las que la Ley de Colonización les adjudicó tierras -y en 1891 otra ley, previa devolución de un cuarto de la superficie original, les dio en propiedad-: Leleque, madre de las cabañas patagónicas dedicadas al Merino Australiano, El Maitén y Tecka en Chubut, Maquinchao y Pilcañeu en Río Negro y Alicurá en Neuquén, iniciaron la cría de lanares.

Tal como reseña Guzmán, levantando almacenes y hoteles, inmigrantes de otros orígenes crearon redes comerciales y aprendieron el negocio ganadero, mientras los indígenas optaron por lo que sabían hacer: apropiar o comprar animales para vender en Chile, o trabajar en los campos. Muchos pobladores llegaron desde Buenos Aires. Italianos y españoles formaron estancias en Punta Ninfas y la Península de Valdés, donde también se explotaban las salinas. Muchos vascos compraban ovejas en Carmen de Patagones y caminaban con su familia y su rebaño hacia el sur: se establecían en tierras fiscales, en condiciones primitivas, esperando concesiones que se otorgaban a los primeros pobladores, siempre de arduo y largo trámite.

Largo viaje

Tras visitar más de cuarenta estancias, la autora describe sus instalaciones, su producción, el colorido de sus jardines y el sabor de sus comidas. Muchos de los descendientes de los pioneros compartieron con Guzmán testimonios con rasgos de aventura, de desmesura, de penurias, y a la vez, de intimidad y arraigo. En su libro la autora también cuenta de mujeres que vivieron durante años sin salir de esos cascos, que criaron a sus hijos sin médicos ni maestros y compartieron los trabajos de la estancia ovejera.

Explica Guzmán que las corrientes poblacionales que llegaron a la desértica Santa Cruz tuvieron otro origen. Era el litoral más próximo a las Islas Malvinas, y de allí provinieron los primeros ovinos que ingresaron en Punta Arenas. Diez malvinenses, que formaron una sociedad, fueron los primeros peticionantes de tierras para arrendar y formaron la estancia Cóndor en 1885. Otros ovejeros malvinenses se ubicaron en tierras cercanas a Río Gallegos. Alemanes, españoles, ingleses y yugoeslavos también ocuparon ese extremo sur. Anita fue propiedad del Perito Moreno, y después de un legendario empresario: allí concluyeron trágicamente las huelgas lideradas por los anarquistas en 1921, cuyo contexto histórico y local es expuesto en el libro.

En Tierra del Fuego el Estado había ofrecido facilidades a los ovejeros chilenos para comprar y arrendar tierras. Las que se vendieron después de la muerte de Julio Popper, el buscador de oro, fueron el origen de las estancias emblemáticas y pioneras. De los yámanas se ocupaba Thomas Bridges en Harberton, la estancia que formó en 1886 en tierras que le concedió el Congreso de la Nación, enseñándoles a trabajar, como hicieron después sus hijos con los onas en la estancia Viamonte. Durante la presidencia de Yrigoyen (1916-1922) se promulgó la ley por la que caducaban los arrendamientos fiscales: divididas en lotes menores esas tierras beneficiaron a nuevos pobladores, muchos croatas y españoles.

La cordillera fue el eje de poblamientos, comercio y conflictos. Del lado del Pacífico, tierras fértiles, mercado, hasta mujeres blancas con quien casarse. En los faldeos cordilleranos rionegrinos y neuquinos, el mercado de haciendas en el que convergía el "camino de los chilenos". Jesuitas y franciscanos la cruzaron hacia el lago Nahuel Huapi, donde iniciaron el cultivo del manzano y la cría de ovejas, los colonos alemanes que levantaron estancias y empresas, los intrépidos norteamericanos George y Ralph Newbery, estancieros en 1890 junto al arroyo Chacabuco y al río Traful. Por el este, entre Carmen de Patagones y el río Colorado, el trueque y el comercio mantenían la convivencia inestable de otra sociedad fronteriza, por la que incursionaba con sus arreos, cargando carretas y abriendo almacenes, Pedro Luro, el fundador de Las Isletas.

Documentación

A partir de una rigurosa investigación y citando obras de muchos autores que han escrito sobre la Patagonia, la autora revive la trama histórica, económica, militar en la que se fueron hilando estas crónicas individuales, familiares y fundacionales.

En 1884 se sancionaron la ley que fijaba los límites de los seis Territorios Nacionales incorporados a la Nación y la Ley de Hogar, que establecía condiciones para asignar tierras, y en 1885 la Ley de Premios, que las concedía por mérito a militares y civiles. En el norte de Neuquén, Manuel Guevara, un joven criollo de catorce años que llegó como escribiente del ejército, recibió 10 leguas en Loncopué donde fundó El Pino Andino. Bearneses, franceses, italianos, criollos, formaron otras estancias históricas neuquinas.

En La Pampa se encontraron en las sierras de Lihuel Calel, donde los indígenas dejaron las únicas pinturas rupestres de la zona, vestigios de una estancia primitiva. Las demás se fueron formando en tierras adjudicadas por el Estado a civiles y militares. El actual Parque Luro fueron tierras que heredó Pedro Luro de su madre, hija de Ataliva Roca, quien como era usual en la época, compró boletos canjeables por tierras que se otorgaban a los veteranos.

Muchas de ellas están abiertas al turismo, que en el Patagonia "es siempre un intercambio de culturas, un aprendizaje y un descubrimiento del otro", dice Guzmán en su libro, mezcla de crónica de viaje y de reseña histórica.

Por Susana Pereyra Iraola
Para LA NACION

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