4 de julio de 2008

STALIN Y KISNER HERMANOS MELLIZOS EN LLEVAR AL AVISMO

"....el proceso de colectivización agraria
le costó a Rusia 10 millones de muertos".



El mismo Stalin le reconoció a Churchill que el proceso de colectivización agraria le costó a Rusia 10 millones de muertos. Los datos disponibles indican que esa cifra, si bien obviamente aproximada, no es nada fantasiosa. Stalin sabía lo que hacía. Solamente en 1930 los registros de la Unión Soviética revelan que más de 60.000 kulaks fueron "eliminados". Al final de ese año más de 700.000 personas fueron detenidas y enviadas a campos de concentración. De ellas, unos cuantos centenares de miles no regresaron jamás. Entre 1932 y 1933 la desastrosa colectivización forzada del agro produjo una hambruna atroz a consecuencia de la cual murieron 6.000.000 de personas tan solo en Ucrania. Entre 1936 y 1938, durante el furor de las grandes chistkas, perdieron la vida aproximadamente unas 720.000 personas en toda Rusia. En los campos de concentración del régimen los fallecimientos documentados entre 1934 y 1940 llegan a cerca de 300.000. Con lo que queda abierta la pregunta acerca de la cantidad representada por las muertes no documentadas. Sin embargo, lo que sí se sabe con bastante certeza es que, durante los años '30, la cifra acumulada de entradas registradas en los campos de concentración y colonias del Gulag fue de 7.000.000 de personas en cifras redondas.

En ruso hay una palabra, chistiy, que significa "limpio". En la jerga interna del partido, el adjetivo se convirtió en el sustantivo chistka. Significa, literalmente hablando, algo así como "limpieza". Tradicionalmente se lo ha traducido por "purga" aunque, como con todos los términos que nacen en un entorno específico y con un significado sólo inteligible para iniciados, es difícil traducirlo con exactitud. Stalin hizo no poco por la difusión y la utilización generalizada del término.
Llegó un punto en que la maquinaria del terror funcionó prácticamente por si misma en una especie de "piloto automático" girando en un círculo infernal de denuncias, arrestos, "confesiones", ejecuciones y — casi podría decirse que en el mejor de los casos — prisiones y deportaciones. A tal punto llegó el impulso de esta maquinaria infernal que el mismo Stalin tuvo que detenerla reduciendo la presión. Era más que tiempo de hacerlo: sobre el horizonte se perfilaba ya claramente la amenaza de la Alemania de Hitler.

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